La empatía es «la facultad intuitiva de ponerse en el lugar de la otra persona, de compartir sus sentimientos». Se trata de una noción que engloba una comprensión general de la otra persona: de sus sentimientos y emociones.
Tanto en la vida afectiva como profesional, la empatía es una cualidad esencial, que permite ponerse en el lugar de la otra persona para comprenderla mejor. Esta competencia permite sentirse mejor juntos, obtener más cohesión y encontrar con mayor facilidad soluciones a los problemas con los que una u otra persona se puede topar.
La empatía parece desaparecer con el paso de los años y las generaciones. Según un estudio llevado a cabo en 2010 por la Universidad de Michigan, los hombres y las mujeres actuales son casi dos veces menos empáticos y empáticas que la generación de nuestros padres y abuelos.
La buena noticia es que la empatía se puede mejorar, pero… ¿cómo?
Ser empático significa mostrar un interés real, no superficial, en los demás. Plantear preguntas a las personas que nos rodean, mostrar interés por sus sentimientos, sin intentar resolver necesariamente todos sus problemas. Muestra sinceridad y tu deseo de comprenderlos.
Plantear preguntas está bien. Escuchar de manera activa es todavía mejor. Utiliza los oídos, pero también los ojos para entender a la perfección lo que la persona piensa y siente. La escucha debe ser activa y positiva. Demuestra atención y presencia.
El 93 % de la comunicación de una persona se corresponde con los aspectos no verbales. Para poder descifrar correctamente lo que piensa o siente realmente, y que puede ser difícil de expresar con palabras, es importante prestar atención a los gestos, al tono y al ritmo de su voz, a su lenguaje corporal y a las expresiones de su rostro.
Cuando hablamos de empatía, también queremos decir ausencia de juicios y prejuicios. Nuestra función no consiste en avalar o condenar los actos de la persona, sino simplemente comprender por qué ha reaccionado de una u otra manera.
Por tanto, debemos dejar a un lado nuestros análisis personales y resistir la tentación de juzgar, comentar o mostrar nuestras emociones personales. No juzgar significa también callarnos los consejos que solemos dar: «en tu caso, yo haría esto o aquello». Salvo que la otra persona solicite consejo de manera expresa.
Ya sean propias o ajenas, conocer bien las emociones, los tipos de reacciones que suscitan, las carencias o las necesidades no satisfechas que las desencadenan ayuda a comprender las reacciones y las actitudes de los demás. Tras escuchar a la persona, piensa en una situación similar que hayas podido experimentar previamente. Recuerda lo que hayas sentido en ese momento.